Acompáñenos a explorar las raíces de la narrativa en el mundo del derecho; lo que se ha escrito sobre el drama humano enfrentado a la ley, la influencia del literatura en la formación de las normas; los grandes juicios a través de la mirada de los escritores y la narrativa desde la óptica de los tribunales.
10 sesiones vía zoom, miércoles 22:00 a 23:00 horas de la Ciudad de México.
Cada semana material exclusivo y video de la sesión.
Taller creativo y publicación de trabajos realizados.
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¡Salud y República!, Para honrar la memoria de la II República española, para encontrarnos con sus razones y su ideal; para aguardar su retorno y reflexionar su pensamiento, esta lista extensa.
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La Oración del 9 de febrero es un libro único en la obra de Alfonso Reyes, una confesión histórica y un bálsamo espiritual a la muerte de su padre; para abrir el fin de semana, esta pequeña muestra de una obra memorable:
Pero ya me canso de rogar, aun a mis mejores amigos —no que se tomen el trabajo de leer mis ciento y pico de libros publicados hasta hoy, que sería mucho pedir—, sino que pasen los ojos por la lista de mis obras, antes de lanzar generalizaciones sobre mi carrera de escritor.
En la última inundación, el río se llevó la mitad de nuestra huerta y las caballerizas del fondo- Después se deshizo la casa y se dispersó la familia. Después vino la revolución. Después, nos lo mataron..
La venganza se resolvía en besos y caricias
Bien es cierto que esos pocos días me compensaban de largas ausencias porque era la suya una de esas naturalezas cuya vecindad lo penetra y lo invade y lo sacia todo. Junto a él no se deseaba más que estar a su lado. Lejos de él, casi bastaba recordar para sentir el calor de su presencia.
Siempre el evocarlo había sido para mí un alivio. A la hora de las mayores desesperaciones, en lo más combatido y arduo de las primeras pasiones, que me han tocado, mi instinto acudía de tiempo en tiempo al recuerdo de mi padre, y aquel recuerdo tenía la virtud de vivificarme y consolarme. Después —desde que mi padre murió—, me he dado cuenta cabal de esta economía inconsciente de mi alma. En vida de mi padre no sé si llegué a percatarme nunca…
Yo nunca vi llorar a mi padre. Privaba en su tiempo el dogma de que los varones no lloran. Su llanto me hubiera aniquilado. Acaso escondiera alguna lágrima. ¡Sufrió tanto! Mi hermana María me dice que ella, siendo muy niña, sí lo vio llorar alguna vez, a la lectura de ciertos pasajes históricos sobre la guerra con los Estados Unidos y la llegada de las tropas del Norte hasta nuestro Palacio Nacional. Como él sólo dejaba ver aquella alegría torrencial, aquella vitalidad gozosa de héroe que juega con las tormentas; como nunca lo sorprendí postrado; como era del buen pedernal que no suelta astillas sino destellos, me figuro que debo a él cuanto hay en mí de Juan-que-ríe. A mi madre, en cambio, creo que le debo el Juan-que-llora y cierta delectación morosa en la tristeza.
Yo bien hubiera querido — y mi ternura se atrevió a sugerírselo— verlo consagrado a escribir sus memorias cuando regresó de Europa, en vez de verlo intervenir a destiempo en los últimos acontecimientos que lo condujeron a un fin trágico. Pero era difícil que prevaleciera el deseo de un muchacho sin experiencia (para colmo, “picado de la araña” y que vivía siempre en las nubes) sobre las incitaciones de otras personas mayores, que después se han arrepentido al punto de negar su responsabilidad en aquella funesta ocasión, y sobre el peso de tantos deberes y tantos intereses nacionales coligados por la fatalidad. Mi brújula no se equivocaba, y tengo derecho a lamentarlo.
De repente sobrevino la tremenda sacudida nerviosa, tanto mayor cuanto que la muerte de mi padre, fue un accidente, un choque contra un obstáculo físico, una violenta intromisión de la metralla en la vida y no el término previsible y paulatinamente aceptado de un acabamiento biológico. Esto dio a su muerte no sé qué aire de grosería cosmogónica, de afrenta material contra las intenciones de la creación. Mi natural dolor se hizo todavía más horrible por haber sobre- venido aquella muerte en medio de circunstancias singular- mente patéticas y sangrientas, que no sólo interesaban a una familia, sino a todo un pueblo. Su muerte era la culminación del cuadro de horror que ofrecía entonces toda la ciudad.
Por las heridas de su cuerpo, parece que empezó a desangrarse para muchos años, toda la patria…
Lloro por la injusticia con que se anuló a sí propia aquella noble vida; sufro porque presiento al considerar la historia de mi padre, una oscura equivocación en la relojería moral de nuestro mundo; me desespera, ante el hecho consumado que es toda tumba, el pensar que el saldo generoso de una existencia rica y plena no basta a compensar y a llenar el vacío de un solo segundo. Mis lágrimas son para la torre de hombre que se vino abajo; para la preciosa arquitectura —lograda con la acumulación y el labrado de materiales exquisitos, a lo largo de muchos siglos de herencia severa y escrupulosa— que una sola sacudida del azar pudo deshacer; para el vino de siete cónsules que tanto tiempo concentró sus azúcares y sus espíritus, y que una mano aventurera llegó de repente a volcar.
Después me fui rehaciendo como pude, como se rehacen para andar y correr esos pobres perros de la calle a los que un vehículo destroza una pata; como aprenden a trinchar con una sola mano los mancos; como aprenden los monjes a vivir sin el mundo, a comer sin sal los enfermos
Cuando salí de mi casa con mi bastón y mi hato, le dije a mi corazón: —Ya llevas sol para rato!— Es tesoro —y no se acaba: no se me acaba —y lo gasto. Traigo tanto sol adentro Que ya tanto sol me cansa.— Yo no conocí en mi infancia sombra, sino resolana.
Desde -entonces mi noche tiene voces, huésped mi soledad, gusto mi llanto. Y si seguí viviendo desde entonces
es porque en mí te llevo, en mí te salvo, y me hago adelantar como a empellones, en el afán de poseerte tanto.
Aprendí a preguntarle y a recibir sus respuestas. A consultarle todo. Poco a poco, tímidamente, lo enseñé a aceptar mis objeciones —aquellas que nunca han salido de mis labios pero que algunos de mis amigos han descubierto por el conocimiento que tienen de mí mismo. Entre mi padre y yo, ciertas diferencias nunca formuladas, pero adivinadas por ambos como una temerosa y tierna inquietud, fueron derivando hacia el acuerdo más liso y llano. El proceso duró varios años, y me acompañó por viajes y climas extranjeros. Al fin llegamos los dos a una compenetración suficiente. Yo no me arriesgo a creer que esta compenetración sea ya perfecta porque sé que tanto gozo me mataría, y presiento que de esta comunión absoluta sólo he de alcanzar el sabor a la hora de mi muerte.
Para arrancar el fin de semana, las perlas de esta joya post caribeña y universal, un reclamo a nuestra atención. Que ustedes las disfruten, de Cubantropía de Iván de la Nuez, Ed. Periférica
Enemigo. Para eso, nada mejor que reforzar la conexión entre Identidad Nacional y Antimperialismo. O resucitar, en el mundo postsoviético, el halo primigenio de una revolución que alguna vez había sido joven, original y también -no sobra recordarlo a las almas coloniales- occidental.
¿Cuál fue el argumento para justificar la persistencia del mismo régimen, en compañía de China, Corea del Norte o Vietnam? Precisamente, esa historia excepcional con indicios suficientes demostrar que para el país nunca había sido un satélite más de la galaxia soviética.
;Algo qué hacer entre las líneas duras que se levantaban, irreconciliables, a cada lado de la corriente del Golfo? A través de todos sus ensayos, ése es el territorio que escudriña este libro. Esa zona que no encontraremos en los anales de las Grandes Causas, sino en los ámbitos casi domésticos de las pequeñas consecuencias. Esas escalas en las que la cultura cumple modestamente su cometido y pone a los poderes oficiales -en cual- quiera de sus esquinas- bajo sospecha.
Pese a todo, la entrada en escena de la generación del babyboom desatado por esa propia Revolución fue inevitable. «Los hijos de la Utopía», como les llamó Osvaldo Sánchez, los únicos que sólo habían conocido, en exclusiva, la experiencia socialista. Ellos no serían, como predijo Alejo Carpentier de su generación en los años 30, «los clásicos de un mundo nuevo», pero sí fueron la máxima demostración del envejecimiento del modelo cubano.
Tal vez fuera demasiado pronto para abandonar el socialismo, pero demasiado tarde para regresar a la Revolución.
Pero yo sigo pensando el ensayo en su aserción teatral, como una aproximación previa e imperfecta a una realidad que no está constituida del todo. (No es todavía la función real.)
Todo eso se puso en juego en aquel arte que se cruzó con el desplome del comunismo en Europa del Este y del Sandinismo en Centroamérica, con el apogeo de la Nueva Derecha en Estados Unidos y el envejecimiento de la Nueva Izquierda en Cuba.
La nueva burocracia de la perestroika -que había heredado este tour de la antigua burocracia estalinista, no sabía qué hacer con aquella delegación, armada y acompañada por nuestra burocracia tropical. Había llegado para ellos el momento de girar hacia Occidente – aunque de allí veníamos precisamente nosotros!, y aquél avión cargado de cubanos era una nave fantasma procedente de un mundo cuyo tiempo ya empezaba a conjugarse en alguna forma del pretérito.
Esta nueva forma de surveillance ha sido Thiel, un artista que sufrió la represión de la antigua RDA, pero que no ha perdido el olfato (en este caso el ojo) para detectar las más sutiles represiones del capitalismo, y que suele responderme airado cuando lo clasifico como un poscomunista.
Para cualquier hijo de la Guerra Fría, avanzar por Berlín significa cumplir una revancha. Por que, al final, un sujeto nacido en (y para) el comunismo es comparable a un Trabant. Obligado a practicar el tuning y avituallarse con piezas occidentales -dólares y euros en el paquete- con talde alargar su travesía en el capitalismo. Para este sujeto del poscomunismo, Berlín es la metáfora del futuro que una vez fue prometido. Un futuro fugaz, hay que reconocerlo, con el éxtasis adicional sólo alcanzan las ciudades en transición.
Y es que, como dice un personaje delirante de Paul Auster, «una vez que pruebas el sabor del futuro, ya no hay forma de volver atrás».i
El Muro ha caído hacia los dos lados. Y la democracia que hoy habitamos -esta democracia liberal y menguante- será quizá una condición necesaria, pero no suficiente, para ese futuro que las ingenierías sociológicas -Francis Fukuyama y su fin de la historia, sin ir más lejos- previeron como una panoplia cercana al mundo feliz de Aldous Huxley.
A ambos lados, se ha percibido de manera muy diferente lo que significa una utopía: para muchos de esos intelectuales -John Reed, Jean – Paul Sartre, Noam Chomsky-, el comunismo fue durante gran parte de su vida el paraíso buscado. Para mucha gente del Este, en cambio, ha sido el paraíso perdido. Para unos era un sueño, para otros, una pesadilla. Para los occidentales, su fantasía se situaba como una alternativa al individualismo; para los que vivían bajo los estados comunistas, el problema era, precisamente, la asfixia de la individualidad.
Su idea de que el capitalismo somete por adicción, como el narcotráfico contemporáneo, dado que su estrategia no radica en «encontrar productores y duplicar sus fuerzas, sino en descubrir consumidores, excitar sus apetitos y crearles necesidades ficticias»; o por su crítica a los que invocan a la revolución siempre que esto no les lleve a romper del todo con sus intelectuales patrones.
El exilio es el primero de los infiernos creativos, contiene en su abrumador vientre la mayoría de los demás; al escritor exiliado lo aguardan el desarraigo, la extrañeza de la lengua, la sed de las costumbres y los asideros de la memoria. Un minuto de reflexión al respecto.
Un minuto de reflexión para discernir entre el autor y su obra, hasta donde la calidad moral del autor determina su trabajo literario?, cuál es el alcance del pasado de un escritor sobre la trascendencia de su trabajo? Un tema tan antiguo como la literatura, un pretexto para pensar en letras
Aprendí a apreciar a Piglia ya como lector adulto; ha sido para mi un referente y una fuente inagotable de pasión y entrega literaria; sin embargo desconocía esta obra maestra; el manejo del tiempo y de los personajes la vida de las familias y de la Argentina pasan como un rio en el que somos espectadores y también navegantes. Un universo dentro de otro, como un mapa cósmico. Algo para no perderse.
Hoy conmemoramos el día mundial de los derechos humanos. Jornada de lucha y reflexión, con la esperanza de que algún día sea un momento de celebración para todos. La lista tonta ofrece veinte novelas sobre derechos humanos . Ya se sabe, lo primero que se nota en una lista es lo que le falta.
Aller au delà de nos limites à travers le monde. J'en suis capable, pourquoi pas toi? Pourquoi pas nous? Ensemble nous sommes invincibles "Je suis femme and i can".