Las benévolas de Littell. La literatura como modelo de impostura

Aunque aparentemente, toda la literatura sea mentira, la más colosal y hermosa de las mentiras, no toda ella es impostura. La mentira aparece fiel a sí misma, como una construcción ideal perfecta en la que cada afirmación se sostiene y sostiene a las que le siguen; mentir en literatura es construir la verdad. En cambio, el impostor no es quien dice ser, impone su presencia aún contra la mentira de quien ciertamente es; el impostor no miente, simula. Por eso, en buena ley, la literatura no puede ser en sí misma una impostura, pero sí puede, con arte y cuidado, construir la mentira del impostor enfrentado a la realidad. El que miente se arriesga a ser descubierto, la mentira puede ser desvelada y aparecer como una torcedura de la verdad; en cambio, el impostor sufre si es descubierto, porque entonces es destruido, deja de ser para hacerse nada pues su personalidad desaparece si pierde la máscara que lo cubre y lo justifica. Dice Aristóteles veritatem dies apelit, el tiempo descubre la verdad, sólo es cierto respecto de la mentira, porque con la impostura, el tiempo puede volverla realidad.

En Las benévolas, Jonathan Littell, se atreve a construir la literatura del impostor, o mejor aún, la novela de la impostura a través de un demiurgo imaginario que encarna al prototipo del oficial de las SS, un creador de la realidad a través de las palabras y de la construcción de imágenes. Al imaginar a su personaje, Littell sabe que nadie puede acercarse al impostor sino es a través de la crisis que precede o que sucede a su caída; el impostor en su momento de gloria es la realidad personificada. Maximilien Aue, Obersturmbannführer de las SS, testifica frente a su memoria su vida en la Segunda Guerra Mundial, en un veloz descomponerse de su personalidad y de la realidad que, como una impostura universal, fue el fenómeno nazi.

Una vez terminada la guerra, retirado en la falsa paz de una nueva impostura, Aue no puede sino ver cómo la pátina de la construcción ideada por el nazismo, se desvanece para dejar aparecer los sustratos de una realidad que fue, permaneció oculta, y siguió siendo después del desastre. Es su propia conciencia la que lanza aguijones no de arrepentimiento, pues siguiendo a su colega Eichmann, sabe que “el arrepentimiento es cosa de niños”, sino más bien de prurito de impostor a punto de caer. Si toda aquella realidad se ha venido abajo, el mundo debe caer con ella, porque para quien ha simulado ser y ha perdido su rostro, solo queda la negación de todo cuanto existe; Auel, sabe, como Schopenhauer, que “más valdría que no hubiera nada. Como hay más dolor que placer en la tierra, cualquier satisfacción no es sino transitoria, y crea nuevos deseos y nuevas desesperaciones, y la agonía del animal devorado es mayor que el placer del que lo devora…”

Para quienes nacimos y vivimos después del Holocausto, el exterminio es una deuda histórica, algo que no hicimos y que no pudimos evitar; como una maldición que hubiera caído sobre la humanidad, algo así como una mancha de origen, un nuevo pecado original del que sólo hay salvación a través de la expiación por el conocimiento y la recordación de lo sucedido; sin embargo, igual que con el pecado original de los cristianos, éste sólo parece tocar a los creyentes, ningún hijo de familia tibetana siente el peso del pecado de Adán y Eva, porque el pecado del Holocausto anida en nosotros cuando tenemos conocimiento de lo sucedido y no alcanzamos a comprender sus mecanismos; para Auel, ese pecado no es sino la caída en la impostura, un dejarse envolver por la falsa realidad construida desde el seno del nazismo, como una interpretación de la realidad. Para el SS, “de la misma forma que, según Marx, el obrero está alienado en lo referido al producto de su trabajo, en el genocidio o en la guerra total en su forma moderna, el ejecutante está alienado respecto del producto de su acción…”

Nadie es impostor por accidente; al menos, nadie puede vivir su propia impostura si no es por un acto de voluntad libre y consciente. Mr. Chance, el recordado protagonista de Desde el jardín, de Kosinski, no es un impostor, es un hombre enmascarado por las circunstancias; pero Auel, como cada uno de los nazis, es la impostura en sí misma porque, a sabiendas del ejercicio que realizaban desde la fe y la razón, construyeron un mundo que pretendía suplantar al que ya existía. El pecado, como en el original de la Biblia, es comer el fruto del árbol del conocimiento, esta vez, para asomarse a las simas de la culpa banalizada por el poder del Estado y de la Nación. Siempre ha de quedarnos la duda que el impostor ha lanzado sobre nosotros como su maldición y su profecía:

«Soy culpable y vosotros no, estupendo. Pero, pese a todo, deberíais ser capaces de deciros que lo que yo hice vosotros lo habríais hecho también. A lo mejor con menos celo, aunque quizá también con menos desesperación, pero, en cualquier caso, de una forma o de otra…. Si habéis nacido en un país y en una época en que no sólo nadie viene a mataros a la mujer y a los hijos sino que, además, nadie viene a pediros que matéis a la mujer y a los hijos de otros, dadle gracias a Dios e id en paz. Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si tenéis la arrogancia de creer que lo sois, ahí empieza el peligro».

Porque en el fondo y en la superficie, la suplantación nazi de la realidad no admitía fisuras; la accidentalidad atribuida a quienes debieron ejecutarla es sólo el principio de la historia, a partir de ella, los creyentes la abrazaron con fe verdadera pues, como recuerda Auel, refiriéndose a uno de sus superiores, “él no podía sino transmitirnos una frase del Führer, que había oído de los mismísimos labios de éste: los jefes le deben a Alemania el sacrificio de sus dudas…” No dudar es la primera virtud del impostor; erigirse sobre la realidad en una nueva realidad absoluta con todas las preguntas y todas las respuestas, de ahí que para una impostura lo sea en realidad y ésta triunfe no puede sino sustentarse en una autoridad superior a sí misma; el impostor no se debe a sí mismo sino a la finalidad que su suplantación persigue; los hay por dinero, los hay por amor, los hay por anhelo de poder, pero el nazismo los supera a todos porque se erigió en pos de la creación de una nueva realidad en el mundo.

El impostor, por otra parte, debe construir los códigos que permitan a los otros leer su propia impostura sin adivinarla ni deconstruirla. Dejar a la libre interpretación de los demás las características y la fundamentación de la impostura termina por destruirla. Quienes vivimos fuera del universo creado por el impostor sólo sabemos lo que él ha querido decirnos, sólo nos aproximamos en la medida de las pistas que nos ha dejado para seguirlo, fuera de eso no hay nada, porque existe el mundo donde la impostura pasa como verdad absoluta, cerrada en sí y, por lo tanto, es irrelevante. Así, la impostura nazi, parte de la idea de que es la Nación la que justificó todo su fenómeno, haciendo desaparecer al sujeto, pero sobre todo, destacando siempre que se trató de una Nación entre otras, la única que se alzó con el afán de dominio, mientras que las otras se defendían o se dejaban morir. Aue recuerda a quienes parecían las naciones espejo de la suya:

 «Alemania, por lo menos, no liquidaba a sus verdugos; antes bien, los cuidaba, a diferencia de Stalin con esa manía suya de las puertas; pero eso también estaba dentro de la lógica de las cosas. Ni para nosotros ni para los rusos contaba en absoluto el hombre; la Nación y el Estado lo eran todo y, en ese sentido, nuestras dos imágenes eran un reflejo mutuo. También los judíos tenían ese fuerte sentimiento de comunidad, de Volk: lloraban a sus muertos, los enterraban si podían y rezaban el kaddish; pero mientras quedaba uno vivo, Israel vivía. Seguramente por eso eran nuestros enemigos por excelencia, se nos parecían demasiado».

Por eso la guerra no es para esta impostura ni el mayor de los males, ni siquiera el objetivo final de su desarrollo, antes bien es un pretexto para exhibir su voluntad vital, para destruirlo todo y reconstruir ese mundo falso, impostado e impuesto, un mundo en el que “la guerra acababa por parecer limpia y pura, algo de lo que muchos estaban ya intentando escapar refugiándose en las certidumbres elementales de la guerra y del frente”; es decir, que muchos antes como hoy, tratamos de escapar a esa impostura volviendo a las certezas del mundo que existía antes de que la realidad se contaminara con esa construcción ideal y que el lenguaje se enturbiara con su propia terminología que, más que describir, fabricaba nuevas realidades. Volvemos al mundo como era antes de Auschwitz, porque creemos en esa realidad que fue, en la que la humanidad podría ser cruel, pero no podía ser cruel sólo para probar sus principios y sus ideas; volver a los inocentes tiempos prístinos en que la barbarie era un accidente y hasta una costumbre, pero no un ensayo o una broma. Quisiéramos no haber presenciado el nacimiento de aquella impostura que se preguntaba, como lo hace Auel, como lo hace Littell y como nos hacemos todos después de aquellas noches interminables del lager, si “¿el propio campo, con toda aquella organización rígida, aquella violencia absurda, aquella jerarquía meticulosa, no sería acaso sino una metáfora, una reductio ad absurdum de la vida cotidiana?” También Amélie Nothomb se ha hecho la pregunta y la ha respondido sin afirmar y sin negar, pero creando la anti impostura necesaria, esto es, la representación teatral, artística y artificiosa de lo sucedido. En Ácido sulfúrico, Amélie Nothomb aparece creando un falso Lager, como modelo de los reality shows del mañana, uno en el que todo es real salvo el momento, ahora ya no hay impostura ni denuncia, sino manufactura de imitación en el que todo se justifica por el poder de la imagen; al imaginar un campo de concentración en el que la muerte está determinada por la llamadas de los televidentes, nos permite entrever cómo el espíritu impostor del nazismo ha creado códigos que siguen con nosotros, como palabras malditas que al pronunciarse siguen siendo culpables de lo pasado y lo futuro.

En medio de la descomposición de su propio personaje, Auel quiere rescatar al humano que aparece debajo del impostor e, insisto, no por arrepentimiento, sino porque la máscara es insoportable y la realidad construida no alcanza a competir con la realidad increada; las dudas del personaje son las dudas de los hombres de hoy que “aún creemos en las ideas, aún creemos en los conceptos, aún creemos que las palabras se refieren a ideas, pero no es forzosamente cierto, quizá no hay ideas en realidad, quizá en realidad no hay más que palabras, y el peso propio de las palabras…”

La palabra del impostor es siempre palabra revelada por la propia impostura. Por eso, los nazis alcanzaron lo inalcanzable y pudieron nombrar lo innombrable, lo hicieron a través del vaciado total de las palabras para dejarlas sólo como continentes de realidades fabricadas, es decir, desnaturalizándolas y reconstruyéndolas hasta hacerlas a la medida de la condición impostora que se hallaba inscrita en su propia naturaleza; por eso son padres también de nuestra posmodernidad que nació sucia y contaminada con el humo de los crematorios. Para Auel esa es la más brutal de las revelaciones:

«Y quizá era así como habíamos dejado que nos arrastrara una palabra y su condición de inevitable. ¿No hubo, pues, en nosotros idea alguna, lógica alguna, coherencia alguna? ¿No hubo, pues, sino palabras en aquella lengua nuestra tan peculiar, sólo esa palabra, Endlösung (solución final), y su catarata de hermosura? Pues, en verdad, ¿cómo resistirse a la seducción de esa palabra? Hubiera sido tan inconcebible como resistirse a la palabra obedecer, a la palabra servir, a la palabra ley. Y ésa era quizá, en el fondo, la razón de ser de nuestras Sprachregelungen, bastante transparentes, por cierto, desde el punto de vista del camuflaje (Tarnjargon), pero útiles para mantener a quienes usaban esas palabras y esas expresiones – Sonderbehandlung (tratamiento especial), abtransportiert (trasladado más allá), entsprechend behandelt (con el trato adecuado), Wohnsitzverlegung (cambio de domicilio), o Executivmassnahmen (medidas ejecutivas)- entre las aceradas púas de su abstracción».

El mejor impostor es pues, el que asume su condición y llega a la confusión total y final entre sí mismo y su personaje, él es el que quiso ser y al cual se debe, en el que funde su historia para reconstruirla, a sabiendas que, como dice Auel, “la hierba crece muy espesa encima de las tumbas de los vencidos y nadie le pide cuentas al vencedor”, por eso de la impostura no hay otra escapatoria que la supresión del personaje y del sujeto que lo sustenta, como si arrebatándole la vida a la planta parásita quitáramos también el poder vital a la huésped. Y he ahí una diferencia más entre la simple mentira y la impostura; aquella puede ser superada en la gracejada y la ironía, decir: “¡ja! te he engañado”, es una salida más o menos oportuna para la mentira que puede aparecer tan sólo como las costuras de una realidad vuelta al revés, pero para la impostura no existe esa salida porque implica toda una creación del mundo y del personaje; el impostor muere con su personaje, por eso el odio que Auel siente por Speer, aquel nazi bueno cuyo arrepentimiento quiso conmover en Nüremberg y que no dejó satisfechos ni a nazis ni a aliados y que para la posteridad es un patético intento de salvación y un profundo testimonio de error y confusión. Para el nazi la actitud de Speer va más allá de lo aceptable porque pone de manifiesto el truco de su construcción, es decir, al dejar ver el andamiaje sobre el que fue construida la impostura, la destruye y la vuelve al carácter de mentira malintencionada, así piensa que “el Richminister Speer estaba al tanto de todo, como todo el mundo; o, al menos, en aquella época, sabía lo suficiente para saber que valía más no saber más” y todavía irá más lejos :

«Por eso es por lo que me permito que me parezca un tanto indecente, pese al inmenso respeto que me inspira cuanto hizo como ministro, ese arrepentimiento tan públicamente proclamado después de la guerra, un arrepentimiento que le salvó el pellejo, desde luego, siendo así que no se merecía seguir vivo ni más ni menos que otros, que Sauckel, por ejemplo, o que Jodl, un arrepentimiento que le impuso luego la obligación, para mantener esa postura, de contorsionarse de forma cada vez más barroca, cuando habría sido tan sencillo, sobre todo después de haber purgado la pena, decir: Sí, lo sabía. ¿Y qué?»

Sin embargo, contra lo que los nazis pensaban, el mundo no sucumbió con su caída; tan bien creada era su impostura que no podían imaginar ya el mundo fuera de ella; en consecuencia, aquel personaje de maldición parece haber dejado su sombra sobre nosotros y ponernos en el predicamento de pensar, quién será el siguiente, quién acumulará la fuerza vital suficiente; quién las palabras necesarias, quién el momento oportuno, para convertir la Nación, la opinión o el linaje en razón suficiente para subvertir de nuevo el orden cósmico, quien podrá como en otros tiempos hacerse de una impostura tan monumental que pueda crear una mitología del mal y de la intolerancia que no necesite más justificación que sus propios principios. Podemos no ser creyentes, aislarnos de la impostura y decir como a un falso demonio: “Tu no existes” y sin embargo, ahí estará la impostura nazi encarnada en Bierkenau, para decirnos, como dice Auel:

«No hay, pues, nada más lógico que llegar a decirse: bueno, pues si así son las cosas, si es justo sacrificar lo mejor de la Nación, enviar a la muerte a los hombres más patriotas, a los más inteligentes, a los más abnegados, a los más leales a nuestra raza, y todo eso en nombre de la salvación de la Nación – y si no sirve para nada y si le escupen a ese sacrificio -, en tal caso, ¿qué derecho a la vida van a conservar los perores elementos, los criminales, los locos, los débiles, los asociales, los judíos, por no hablar de nuestros enemigos externos?»

 

Autor: cesarbenedicto

A leer por el gusto de leer

4 opiniones en “Las benévolas de Littell. La literatura como modelo de impostura”

  1. El texto tiene una construcción muy interesante, me gusta el ritmo, tiene cadencia, las imagenes llegan. Le deja al lector la curiosidad de leer más, me gusta mucho… abrazo…

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  2. Felicitaciones!, soy admiradora de Littell y sobre todo de «Las benevolas» y he aprendido mucho de su interpretacion. No cree que tambien se podria decir que aunque la mente/la razon/el intelecto de Aue es impostor, ya su cuerpo no lo es? Las reacciones somaticas/fisiogicas descritos con tantas detalles parecen permitir esta intepretacion. Me interesaria muchisimo su opinion en el tema.
    No soy hispanohablante nativo y por eso queria pedirle tambien un favor: le seria muy agradecida por los datos biliograficoas de la edicion en espanol de esta cita que utiliza: “¿el propio campo, con toda aquella organización rígida, aquella violencia absurda, aquella jerarquía meticulosa, no sería acaso sino una metáfora, una reductio ad absurdum de la vida cotidiana?”
    Precisamente este fragmento llamo mucho mi atencion y para mi es una clave de lectura.
    Muchas gracias por compartir sus pensamientos.
    Saludos desde Polonia

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    1. Querida Katarzyna, le agradezco su lectura y comentario, particularmente valoro el ejercicio de leer un texto en una lengua distinta de su hermoso idioma. Coincido con usted en su afirmación, el impostor se hace de una máscara que es todo su cuerpo, con el tiempo y con las necesidades de la ficción que se construye, su cuerpo obedece y se adapta a la realidad que se le ha impuesto; así, la tristeza desaparece en el que se obliga a fingir alegría por mucho tiempo y el que supone ser otro se va convirtiendo en su anhelo; pero sólo así, con el tiempo y con la intensidad de la impostura. Por eso también al develarse la impostura el impostor muere. Pero no es sólo en el caso del impostor, Imre Kertesz afirma no haberse reconocido al mirarse en un espejo después de su estancia en el Lager; encontrará otras pistas también en «El comprador de aniversarios», de Adolfo García Ortega, que probablemente sea la mejor novela escrita sobre la Shoah en lengua castellana.
      Le proporciono los datos bibliográficos de la edición que usé de Littell: http://www.casadellibro.com/libro-las-benevolas/9788498673791/1228582
      Su amigo en México, César

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